La Asamblea General de las Naciones Unidas instauró en 2007 el 2 de abril como Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo, con el objetivo de poner de relieve la necesidad de contribuir a mejorar la calidad de vida de las personas con TEA y promover su inclusión en todos los ámbitos de la sociedad como ciudadanos y ciudadanas de pleno derecho.
Según cifras de 2019 emitidas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) uno de cada 160 niños tiene un Trastorno del Espectro Autista (TEA), y aunque algunas personas con TEA pueden vivir de manera independiente, hay otras que necesitan atención y apoyo durante toda su vida.
El autismo es una afección neurológica permanente que se manifiesta en la primera infancia, independientemente del género, la raza o la condición social y económica. Los principales síntomas son las deficiencias persistentes en la comunicación y en la interacción social, y patrones restrictivos y repetitivos de comportamiento, intereses o actividades.
En “Hablemos de Salud”, el segmento de entrevistas “En Cámara” realizado en colaboración con la Junta Médica Laboral de la Cámara de Diputados, la psicóloga Marina González explicó que el objetivo de conmemorar ese día es el de “concientizar y visibilizar”, teniendo en cuenta que “está presente en una de cada cien personas. Es muy importante tener en cuenta esto para acompañar”.
“El autismo es una condición, hablamos de espectro porque hay una amplia variedad de tipos pero que no se cuantifica, depende de la persona, de las habilidades que pueda ir desarrollando es lo que se diagnostica y en función de eso se hace la terapia”, explicó, y aclaró que “desde el punto de vista médico, es una afección neuronal y del desarrollo que se detecta en la primera infancia, por lo general, porque también puede ser diagnosticado en la adolescencia o en la adultez”.
Respecto a los signos a tener en cuenta, indicó que se producen “generalmente en los primeros años de vida”, como por ejemplo, que a los seis meses no haya sonrisa social o a los ocho meses no interactúe socialmente, “es decir, no puede mirar fijamente un objeto, o que al año no responda a su nombre y a los 16 meses, no haya ningún tipo de lenguaje, ni siquiera balbuceo. Eso hay que tener en cuenta como familia para acompañar”.
En consultorio, “se observa si hay dificultad en la interacción, con el lenguaje, hipersensibilidad a algún tipo de estímulo, juego repetitivo y poco funcional”, ejemplificó la profesional, quien afirmó que “una detección temprana es lo que ayuda a una intervención temprana y gracias a la neuroplasticidad del cerebro, ayuda a poder influenciar, actuar más rápidamente y que esa persona pueda tener una mejor calidad de vida”.
En esa línea, sostuvo que como sociedad “tenemos que tener en cuenta que muchas veces se los discrimina, muchas veces etiquetamos y discriminamos a la personas con TEA y reitero, es una condición, algo que de acuerdo a la gravedad o no que presente, puede desarrollar una vida normal con terapia, con intervención temprana, con acompañamiento y de acuerdo a la individualidad”.
Se requiere para ello un “tratamiento integral” que involucre también a la familia. “Desarrollamos terapias para el niño pero la familia también necesita muchas veces el acompañamiento para saber cómo responder ante un desborde emocional”, aseguró.